Había una vez una casa alegre donde reinaban las canciones y las risas. Allí vivían dos abuelos que, al conocer a su primer nieto, sintieron que la vida se llenaba de magia nuevamente.
Cada mañana el abuelo entonaba viejas melodías, esas que hablaban de pájaros, ríos y caminos. Su voz convertía las rutinas en conciertos caseros, donde hasta las plantas de la abuela parecían bailar. La abuela, con manos cálidas y mirada luminosa, inventaba juegos y narraba historias que parecían cuentos mágicos, de esos que se quedan grabados en el corazón para siempre.
El nieto escuchaba fascinado, con los ojos abiertos como luceros, preguntando una y otra vez:
—“Abuelita, abuelito, ¿por qué cantan y juegan tanto conmigo?”
Ellos reían y respondían:
—“Porque cada canción es una semilla, cada cuento un abrazo, y cada juego un tesoro que queremos regalarte.”
El niño sonrió, comprendiendo que en esos ritmos, en esas palabras y en esas risas, había un regalo de amor que dura para siempre.
Pasaron los años, y aquel pequeño entendió que el verdadero legado de sus abuelos no estaba escrito en libros ni guardado en baúles, sino sembrado en su memoria: en las melodías que aún podía tararear, en los cuentos que aún podía contar, y en los juegos que ahora compartía con otros.
“El mayor tesoro de los abuelos son las canciones que entonan, los cuentos que narran y el amor que siembran, como una herencia que florece generación tras generación.”
Leerle a tu bebé es una gran forma de culminar cada noche y hacerlo dormir con amor.
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